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pequeñas letras

narciso

BA, diciembre 2012

 

"Entonces, ¿Qué ve él mismo? Él lo ignora. Pero lo que ve lo abrasa, y el mismo error que engaña sus ojos excita su codicia. Niño crédulo, ¿de qué sirven esos vanos esfuerzos por captar una ausencia fugitiva? ¡El objeto de tu deseo no existe! El de tu amor, apártate, tú lo harás desaparecer. Esa sombra que ves es el reflejo de tu imagen. No es nada por sí misma, contigo ha aparecido, contigo persiste, y tu partida la disiparía, ¡si tuvieras el coraje de partir!" (E. Benveniste, "De la subjectivité dans le langage"; citado por P. Dubois en "El acto fotográfico y otros ensayos")



Leí hace poco este capítulo de Dubois (en uno de mis tantos intentos (¿aliteración?) por profundizar en la fotografía, siempre las letras... siempre las letras...  (reduplicación) [pasiones encontradas si las hay: letras y fotos]. La cuestión es que me flasheó (amo las cosas que flashean, especialmente si son frases); para el caso, podemos definir flashear, más no sea momentáneamente, como la acción de dejar mi cabeza alborotada y mis ideas chocando unas con otras, mutando y reproduciéndose.

Encontré, sin buscarlo, el poder de poder hacer mi propia página (!) (aunque no creo en las casualidades, no porque no existan, sino porque no soy una persona inclinada a ellas, digamos que no son para mí). Así, entré y comencé a pensar ¿qué coños podría publicar, exponer?, y lo que es más importante ¿qué valdría la pena publicar, exponer?, y lo que es más general ¿por qué la gente; hombres, mujeres y entes en general; publican, exponen (se exponen (?))? [eterna pena y satisfacción de teorizar] Fue entonces que se me vino a la mente el texto anterior.

Dubois hace una exégesis excelente a partir del mito de Narciso que versa sobre la estética, particularmente la fotográfica, y toca puntos de lingüística, psicología, historia, mitos y más. En suma, uno de esos textos jugosos que no tienen desperdicio. Particularmente, surgió en mí una de esas ideas flúor que me incrustó el fotógrafo: la importancia de la fotografía como huella, en su forma originaria, antes que como simple representación, pues se funda en el deseo; en el deseo de fijación del tiempo y el espacio de aquel amado; de alguna forma un traspaso de lo que cambia inevitablemente a una realidad sin tiempo -  permanecer. El autor hace hincapié en el autorretrato, la más paradójica de las representaciones; allí donde el amado no es otro que uno, y uno es sujeto y objeto del deseo, sujeto obrante y objeto modelo (los derroteros de Dubois son de una belleza escalofriante).



Fotografía, exposición y narcisismo.

Si publicar, exponer un algo, no es un acto narcisista, que me parta un rayo. Muchos nos vemos publicando o vemos publicados en las redes sociales los más mínimos detalles de nuestras existencias: "me fui de vacaciones", "me compré una licuadora", "me pasé en falopa", etc. Responde a la lógica de Narciso; no publicamos tanto para otros como para nosotros mismos. Ud. puede publicar, quizá, cosas menos "íntimas" (¿mito o realidad?). Ud. puede creer que publicando citas de Foucault, Marx o Condorito se sitúa por fuera de esta lógica; yo considero que Ud. se miente y trata de mentirnos, porque ¿esas frases, esas cosas, no están llenas de Ud.; acaso no hay más de su persona en la cita de su autor latinoamericano favorito que en 10.000 publicaciones de la vestimenta que se compró en la última oferta del Abasto? Nada ni nadie escapa al reflejo de Narciso, "enmismimados" estamos, en un acto desesperado de detenernos en el tiempo y el espacio.

Bien se podría elegir llevar un "diario íntimo", es decir, guardarnos para nosotros mismos nuestro espejo; pero elegimos compartirlo con el mundo (o gran parte del mundo, o, técnicamente, todo el mundo conocido [¿no sería el mundo?]). Exhibicionismo (¡cuánto fetiche!). El exponer (publicar) es en esencia de mostrarse a un otro.

Pareciera que hay dos fuerzas de algún modo opuestas. Una centrada en (hacia) uno mismo (self centered), centrípeta; y otra en (hacia) el afuera, centrífuga. ¿Cómo conciliarlas? Si continuáramos la analogía de fuerzas físicas obtendríamos que la fuerza centrífuga no es más que una fuerza imaginaria y no está fuera de término. Si la lógica corresponde a un Narciso que se observa a sí mismo en el río, ¿qué otra cosa sería la exhibición, la exposición, más que un hechizo por atraer al mundo (al otro) a nuestro autoerotismo? Narciso, atrapado en la contemplación de sí mismo no tiene otro mundo que ese. Si quisiéramos entrar en su mundo, necesariamente, nos hundiríamos en él, en su amor por sí mismo.

Por principio, nadie podría salirse de su propia lógica, de su propia estructura, para pensar. Así, no sólo tenemos la necesidad de ver nuestro propio reflejo atemporal; deseamos también que el mundo se subsuma en ese reflejo (es nuestra única forma de entenderlo, y entenderlo es poseerlo - deseo de totalidad).



Deseo de mí mismo, deseo de permanencia, deseo de totalidad. En su juego fetichista está la lógica de "esto" (sea "esto" lo que sea o lo que vaya a poder ser).



"Quedarse es perderse, como Narciso" (P. Dubois; "El acto fotográfico y otros ensayos")
 

 

 

eros

BA, enero 2013



Les dejo gran parte del discurso de Pausanias (uno de mis favoritos, de los que me pone la piel de gallina). Me tomé el atrevimiento de hacer unos recortes dejando mis partes favoritas.

 

" [...] En otro tiempo la naturaleza humana era muy diferente de lo que es hoy. Primero había tres clases de hombres: los dos sexos que hoy existen, y uno tercero compuesto de estos dos [...]. Este animal formaba una especie particular, y se llamaba andrógino, porque reunía el sexo masculino y el femenino; [...]. En segundo lugar, todos los hombres tenían formas redondas, la espalda y los costados colocados en círculo, cuatro brazos, cuatro piernas, dos fisonomías, unidas a un cuello circular y perfectamente semejantes, una sola cabeza, que reunía estos dos semblantes opuestos entre sí, dos orejas, dos órganos de la generación, y todo lo demás en esta misma proporción. Marchaban rectos como nosotros, y sin tener necesidad de volverse para tomar el camino que querían. Cuando deseaban caminar ligeros, se apoyaban sucesivamente sobre sus ocho miembros, y avanzaban con rapidez mediante un movimiento circular, como los que hacen la rueda con los pies al aire. [...] Los cuerpos eran robustos y vigorosos y de corazón animoso, y por esto concibieron la atrevida idea de escalar el cielo, y combatir con los dioses, como dice Homero de Efialtes y de Oto. Zeuz examinó con los dioses el partido que debía tomarse. El negocio no carecía de dificultad; los dioses no querían anonadar a los hombres, como en otro tiempo a los gigantes, fulminando contra ellos sus rayos, porque entonces desaparecerían el culto y los sacrificios que los hombres les ofrecían; pero, por otra parte, no podían sufrir semejante insolencia. En fin, después de largas reflexiones, Zeuz se expresó en estos términos: "Creo haber encontrado un medio de conservar los hombres y hacerlos más circunspectos, y consiste en disminuir sus fuerzas. Los separaré en dos; así se harán débiles y tendremos otra ventaja, que será la de aumentar el número de los que nos sirvan; marcharán rectos sosteniéndose en dos piernas sólo, y si después de este castigo conservan su impía audacia y no quieren permanecer en reposo, los dividiré de nuevo, y se verán precisados a marchar sobre un solo pié, como los que bailan sobre odres en la fiesta de Caco".

Después de esta declaración, el dios hizo la separación que acababa de resolver, y la hizo lo mismo que cuando se cortan huevos para salarlos, o como cuando con un cabello se los divide en dos partes iguales. En seguida mandó a Apolo que curase las heridas y colocase el semblante y la mitad del cuello del lado donde se había hecho la separación, a fin de que la vista de este castigo los hiciese más modestos. Apolo puso el semblante del lado indicado, y reuniendo los cortes de la piel sobre lo que hoy se llama vientre, los cosió a manera de una bolsa que se cierra, no dejando más que una abertura en el centro, que se llama ombligo. En cuanto a los otros pliegues, que eran numerosos, los pulió, y arregló el pecho con un instrumento semejante a aquel de que se sirven los zapateros para suavizar la piel de los zapatos sobre la horma, y sólo dejó algunos pliegues sobre el vientre y el ombligo, como en recuerdo del antiguo castigo. Hecha esta división, cada mitad hacia esfuerzos para encontrar la otra mitad de que había sido separada; y cuando se encontraban ambas, se abrazaban y se unían, llevadas del deseo de entrar en su antigua unidad, con un ardor tal, que abrazadas perecían de hambre e inacción, no queriendo hacer nada la una sin la otra. Cuando la una de las dos mitades perecía, la que sobrevivía buscaba otra, a la que se unía de nuevo, ya fuese la mitad de una mujer entera, lo que ahora llamamos una mujer, ya fuese una mitad de hombre; y de esta manera la raza iba extinguiéndose. Zeuz, movido a compasión, imagina otro expediente: pone delante los órganos de la generación, por que antes estaban detrás, y se concebía y se derramaba el semen, no el uno en el otro, sino en tierra como las cigarras. Zeuz puso los órganos en la parte anterior y de esta manera la concepción se hace mediante la unión del varón y la hembra. entonces, si se verificaba la unión del hombre y la mujer, el fruto de la misma eran los hijos; y si el varón se unía al varón, la saciedad los separaba bien pronto y los restituía a sus trabajos y demás cuidados de la vida. De aquí procede el amor que tenemos naturalmente los unos a los otros; el nos recuerda nuestra naturaleza primitiva y hace esfuerzos para reunir las dos mitades y para restablecernos en nuestra antigua perfección. Cada uno de nosotros no es más que una mitad de hombre, que ha sido separada de su todo, como se divide una hoja en dos. Estas mitades buscan siempre sus mitades. Los hombres que provienen de la separación de estos seres compuestos, que se llaman andróginos, aman las mujeres; y la mayor parte de los adúlteros pertenecen a esta especie, así como también las mujeres que aman a los hombres y violan las leyes del himeneo. Pero a las mujeres, que provienen de la separación de las mujeres primitivas, no llaman la atención los hombres y se inclinan más a las mujeres; a esta especie pertenecen las tribactes. Del mismo modo los hombres, que provienen de la separación de los hombres primitivos, buscan el sexo masculino. [...]. Estos mismos hombres, que pasan toda la vida juntos, no pueden decir lo que quieren el uno del otro, porque si encuentran tanto gusto en vivir de esta suerte, no es de creer que sea la causa de esto el placer de los sentidos. Evidentemente su alma desea otra cosa, que ella no puede expresar, pero que adivina y da a entender. Y si cuando están el uno en brazos del otro, Vulcano se apareciese con los instrumentos de su arte, y les dijese: '¡Oh hombres!, ¿qué es lo que os exigís recíprocamente?', y si viéndoles perplejos, continuase interpelándoles de esta manera: 'lo que queréis, ¿no es estar de tal manera unidos, que ni de día ni de noche estéis el uno sin el otro? Si es esto lo que deseáis, voy a fundiros y mezclaros de tal manera, que no seréis ya dos personas, sino una sola; y que mientras viváis, viváis una vida común como una sola persona, y que cuando hayáis muerto, en la muerte misma os reunáis de manera que no seáis dos personas sino una sola. Ved ahora si es esto lo que deseáis, y si esto os puede hacer completamente felices.' Es bien seguro, que si Vulcano les dirigiera este discurso, ninguno de ellos negaría, ni respondería, que deseaba otra cosa, persuadido de que el dios acababa de expresar lo que en todos los momentos estaba en el fondo de su alma; esto es, el deseo de estar unido y confundido con el objeto amado, hasta no formar más que un solo ser con él. La causa de esto es que nuestra naturaleza primitiva era una, y que éramos un todo completo, y se da el nombre de amor al deseo y prosecución de este antiguo estado. [...] Sea lo que quiera, estoy seguro de que todos seremos dichosos, hombres y mujeres, si, gracias al Amor, encontramos cada uno nuestra mitad, y si volvemos a la unidad de nuestra naturaleza primitiva. Ahora bien, si este antiguo estado era el mejor, necesariamente tiene que ser también mejor el que más se le aproxime en este mundo, que es el de poseer a la persona que se ama según se desea. Si debemos alabar al dios que nos procura esta felicidad, alabemos al Amor, que no sólo nos sirve mucho en esta vida, procurándonos lo que nos conviene, sino también porque nos da poderosos motivos para esperar, que si cumplimos fielmente con los deberes para con los dioses, nos restituirá él a nuestra primera naturaleza después de esta vida, curará nuestras debilidades y nos dará la felicidad en toda su pureza."

Platón, El Banquete (320-325)

trad. Patricio de Azcárate

 

le corbusier

se llama eros

BA, enero 2013

 

El mito sobre el amor que relata Pausanias en El Banquete, me enamora.

Dos mitades originariamente separadas buscándose durante toda su existencia. Rencontrarse, nacidos para el encuentro. Me resulta poética, atrayente, me enamora, ya he dicho.

Los dos seres reconocen instintivamente su naturaleza común y única aún en la distancia. Pero no se conocen. Mundos de espacio y de tiempo los separan. Aún así, una fuerza inconsciente y desmedida los empuja a cruzarlos. No hay atajos, todos son laberintos, los caminos largos, los caminos empinados, los caminos escondidos.

         Uno dice desde acá "tú" y no llena su sentido.

         Uno grita desde allá "tú" y no llena su sentido.

Pero los tús están preformados. Una acción ciega comenzada en el abismo del inicio con un rumbo fijo y desconocido los une.

Paradoja.

El complemento ignorado pero necesario.

Estructural e ignoto. Lo conocido por conocer, irreconocible por la niebla del mundo. Niebla y penumbra. Y sin embargo ahí, claro y distinto; obvio.

"¿Dónde estuviste toda mi vida?" decimos. No estamos tan errados.

Una falta en la raíz misma que me hace de alguna forma.

ALERTA.

Se vislumbra una forma en la penumbra. Te acercás y tu forma se hace obvia a mis ojos. Tu forma, materia para mi forma. El complemento anónimo y reconocido. "Te extrañaba; ¿cuál es tu nombre?".

 

 

teatro colón - ba

fes

FEDERICO SCHEIDEGGER

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